DOCUMENTOS

Augusto Barcia Trelles (1881-1961) fue un jurista, periodista y político español. Diputado por el Partido Reformista en la década de los años 20 y por Izquierda Republicana en la Segunda República. Fue Gran Maestro del GOE en el año 1921. Ministro de Estado y presidente del Consejo de Ministros en 1936, tuvo que exiliarse a Argentina en 1939, al finalizar la Guerra Civil. En 1941 el Tribunal para la represión de la masonería y el comunismo lo condenó ‘in absentia’ a más de 30 años de cárcel. Fue iniciado masón en 1910 en la RL Ibérica, de Madrid.

BOLETÍN OFICIAL DEL GRANDE ORIENTE ESPAÑOL, año V, nº 58 (2ª época), Madrid, 10 septiembre de 1931, página 2.

LA PERENNIDAD DE LA ORDEN ANTE LA CRISIS DEL MUNDO

Augusto Barcia

Los momentos de universal e intensísima congoja que está pasando el mundo tiene que observarlos y estudiarlos la francmasonería con esmero y atención muy grande.  Es cierto que la crisis que trastorna la paz de todos los pueblos y que tiene por escenario el área de todos los Continentes, es de carácter primordialmente económico. Por eso sus repercusiones sociales son tan dramáticas y tan dolorosas.

Se trata nada menos que de un fracaso de nuestra civilización, al menos de la modalidad que específicamente tomó en el siglo XIX. Los hombres conscientes de que el ideal de justicia, ni aun en aquellos límites estrictos de una expresión histórica, no se puede realizar dentro del régimen en que vive esta época del industrialismo, viven en aparente y acentuado desazón, causa de todas las anormalidades que en el lenguaje al uso se llama indisciplina social.

Gran miopía, muy próxima a la ceguera, ha de padecer todo el que no vea con claridad, que en el fondo de este inmenso tumulto universal, todos los fermentos de desesperanza trágica, hoy más que nada gérmenes de descomposición moral, nacidos de un materialismo lleno de peligros y preñado de insolubles contradicciones.

Siempre que el hombre se despojó de su condición más noble, su espiritualidad, el mundo cayó en estas simas de tenebrosa desilusión. Porque sólo las grandes emociones morales, el ideal noble y generoso de una vida más perfecta éticamente, pueden dar a la Humanidad aquella fuerza de abnegación, aquellos bríos de confianza que son necesarios para las horas de adversidad y de sufrimiento.

Nuestra Institución, en lo que tiene de imperecedera, de eterna, nos dice que en el cultivo de las supremas virtudes, en el sacrificio por el ideal y en el sentimiento de los máximos deberes, está la garantía del triunfo para la especie humana cuando batalla contra el error y el mal.

Las formas accidentales, transitorias, efímeras del derecho histórico, se deshacen y se derrumban cuando no tiene un contenido eficaz de justicia, preparando nuevos estados de conciencia social donde germinan nuevos anhelos de luz, que en definitiva son apetencias de una vida mejor ordenada y más justa.

Profundizando algo en la naturaleza de todos los fenómenos, se ve en ellos confirmada la gran enseñanza de nuestra Orden: la verdad y el bien, hermanados en grandes normas de regularización de la vida humana, son y serán siempre los ideales que lleven al hombre a la sociedad por sendas de perfección.

La contemplación de esta realidad ética y jurídica de nuestro tiempo, el alma de las instituciones sociales y económicas, nos están diciendo de qué manera la masonería tiene deberes inaplazables que cumplir y como su fuerza de progreso y de perfección no puede ser substituida y menos suplantada por ninguna otra.